El sábado 21 de junio marcó el inicio de Rock al Parque 2025 con una descarga de sonidos extremos, pogos electrizantes y discursos de rebeldía. Desde la apertura de puertas, el Parque Simón Bolívar se convirtió en el santuario del metal, el punk y la radicalidad. Un día donde la resistencia se transformó en arte y el escenario en una trinchera de expresión.

Rock al Parque fue una demostración de fuerza sónica, brutalidad y actitud. Así podría resumirse el espíritu de la primera jornada de Rock al Parque 2025. La curaduría del festival no escatimó en contundencia: los géneros extremos dominaron con riffs filosos, bajos retumbantes y voces que parecían surgir desde las entrañas.

Bandas como Herejía, Reencarnación y Tenebrarum no solo trajeron su trayectoria, sino que encarnaron la memoria viva del metal colombiano. Desde lo visceral del punk de Polikarpa y sus Viciosas hasta la demolición sonora de Hirax y Dismember, los escenarios se convirtieron en una zona de guerra y el arma fue la música.

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No importaba el orden ni la hora: cada show fue una descarga frontal e inmediata de energía. Lo que se vivió este día fue un estallido de estilos extremos en su máxima expresión, no solo por parte de los artistas, sino también de los visitantes bogotanos y del resto del mundo que llegaban con sus estilos únicos.

El primer día de Rock al Parque fue también una pasarela de la resistencia. Las huellas del under bogotano caminaron con botas gastadas, chaquetas de cuero curtidas y crestas desafiantes. Más que atuendos, llevaban emblemas grabados a fuego lento por los años de pogo y protesta. No solo es estética: es identidad.

El pogo no es un juego, es una ceremonia. Una danza frenética entre desconocidos que se reconocen entre sí en el impacto, en el sudor, en el caos.

En el medio de las tempestades invocadas por Belphegor y el público respondiendo con vítores viscerales, A.N.I.M.A.L desatando tormentas de puños en alto y Hirax haciendo rugir las guitarras avecinando el “wall of death” que parte a la multitud con un hachazo, previo a que la furia se encontrará en un acto de comunión catártica.

Rock al Parque no es solo música, es mensaje. Las voces que tomaron el micrófono usaron el volumen como plataforma para agitar conciencias. Polikarpa y su Viciosas, con su punk directo y feminista, arremetieron contra la violencia de género y la injusticia social, convirtiendo su set en un grito urgente y visceral.

Mawiza desde Chile, trajo consigo la memoria indígena mapuche envuelta en guitarras distorsionadas, fusionando raíces y distorsión para denunciar la opresión histórica.

Por su parte, Cemican, conjugó ritual y metal en una puesta en escena ancestral que conectó el inframundo mexica con el presente convulso, generando un acto de catarsis colectiva que sobrepasó las barreras del idioma y el tiempo.

Y como símbolo de resistencia, Reencarnación, ícono del metal nacional, rindió tributo a los pioneros del género en Colombia, reconociendo a Rock al Parque como un bastión que ha sostenido y amplificado la voz de una escena que nunca se ha rendido.

Generaciones que rugen a una sola voz

La conexión entre Rock al Parque y el metal va más allá del sonido. Es una hermandad simbólica entre la agresividad musical y el inconformismo. Las letras llenas de denuncia, el sonido contundente y la puesta en escena brutal, encuentran en este festival el espacio perfecto para manifestarse.

Bandas como Devasted y Somberspawn representaron la nueva sangre del underground bogotano, mostrando que la escena local no solo sobrevive, sino que se reinventa.

Dismember demostró porque sigue siendo un referente mundial del death metal, su presentación fue un golpe de energía precisa y devastadora que puso a prueba la resistencia física del público.

Pero no estuvieron solos en ese nivel de contundencia, Mortalem con más de una década de trayectoria, reafirmó su lugar como una banda sólida dentro del circuito nacional y Okinawa Bullets destacó como una propuesta fresca y agresiva llena de vigor juvenil.

Los clásicos se sintieron cómodos compartiendo cartel con las nuevas propuestas, en definitiva, el contraste entre generaciones enriqueció la jornada.

La conexión fue más allá del escenario, se vivió en el público, donde padres metaleros saltaban y pogueaban junto a sus hijos y el legado se transmitía a través de los gritos de euforia, las guitarras rasgadas y el doble pedal retumbante.

Rock al Parque 2025 comenzó como debe ser: con ruido, mensaje y comunidad. La jornada del sábado 21 de junio se grabó en la memoria colectiva de los miles de asistentes bogotanos y provenientes de otros rincones del país y del mundo, como un acto de resistencia cultural. Más allá de los decibeles altos, aún con algunas quejas de los asistentes por fallas en el sonido fue un día para reafirmar que el metal, el punk y la rebeldía siguen siendo parte vital del ADN de este festival.

Eso sí, la asistencia general no alcanzó los niveles de años anteriores, dejando algunos vacíos en espacios que solían estar repletos en las jornadas metaleras. Una señal que invita a reflexionar sobre el relevo generacional, la oferta de carteles o quizá el desgaste natural tras décadas de pogos.

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